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De la llegada de la nieve y más


Ha llegado la Navidad. Bueno, aquí lo llaman invierno, pero si nieva y hay luces de color… ¿qué es? Y nieva. Y venga a nevar. Pero es que no hay manera de explicarlo. Porque sí, todos hemos visto nevar antes, todos sabemos lo que es la nieve, pero que forme parte de tu día a día… es otra cosa. Se acabaron las zapatillas, los abrigos que se mojan, ir con la cabeza destapada o que se olviden los guantes en algún lugar. Impensable, todo.

Se confirma, eso sí, que cuando nieva hace menos frío en la calle, aunque los termómetros digan lo contrario. ¿Por qué? Dicen que la nieve se lleva todo el frío. Otros dicen que hay menos humedad cuando nieva. Yo creo que la emoción de la gente les hace entrar en calor. Son todo teorías. Y para pasar el rato, los letones le hacen cosas bonitas a la ciudad, alegando que la oscuridad (porque sí, a las 3 de la tarde ya es de noche) y el frío les podrían llevar a una depresión segura en caso contrario. Así que nos han llenado las calles de festivales de luces, de mercadillos de colores, de puestos de vino caliente y galletas de jengibre. Y así sí se nota que es Navidad, y sí tiene sentido. De hecho, hay poco cristianismo o religiosidad, se percibe un ambiente de alegría y festividad independiente de creencias, sólo porque el invierno está aquí y nadie quiere deprimirse viéndolo pasar en casa.

Aprendo mucho de los alumnos, a los que les hago preguntas navideñas y me hablan de celebraciones paganas en las que queman troncos que previamente han paseado por la casa o visitan a todos sus vecinos ofreciendo galletas. Otra vez la vuelta al pasado, el inicio, las costumbres de los antecesores que nosotros casi olvidamos y que para ellos son sus raíces, es parte de su vida. En cada acto está su unión con la tierra y el pasado. Y no puedo dejar de sentir extrañeza y simpatía por una cultura que ha mantenido su origen y que no lo deja escapar.

Mientras tanto, nos hemos cambiado de casa. La odisea es digna de mencionar, porque hemos dejado el piso antes de lo acordado en el contrato, así que había que avisar con un mes de antelación para que nos devolvieran la fianza. Pero avisar supone hablar con una señora cuyo único idioma conocido es el ruso. Ella trabaja en un subterráneo del edificio, en el que huele, digamos, raro, y da bastante claustrofobia. La comunicación va saltando de imposible a graciosa sin control. Nosotros le explicamos en inglés, nos mira. Le explicamos con señas, va pillando algo más. Usamos el traductor de google, ya lo entiende. Nos contesta en ruso, no entendemos nada. Nos contesta en ruso despacio, entendemos tres palabras. Nos contesta en ruso con las cinco palabras que conoce de letón, entendemos esas cinco palabras (increíbles progresos con la lengua, estoy haciendo, no os lo podríais creer) e intuimos el significado. Y el proceso vuelve a empezar.

Esto nos ha pasado durante seis días y al final hemos conseguido dejar el piso con la fianza íntegra en nuestras manos, preparada para pasar al siguiente casero, un letón (ahora sí) empanadísimo que también tiene traductor de google y prefiere que le mandemos mensajes a que le llamemos, porque el inglés no lo domina mucho. Tanto le gusta el traductor que a veces incluso nos escribe en español (para nuestra sorpresa y regocijo). El problema obvio es la comunicación en directo, porque cuando le interesa sabe qué queremos decir, pero cuando el tema es el frío del demonio que hace en esta nueva casa, no sabe de qué hablamos. Al final hemos entendido que no hay manera de subir la calefacción, así que al menos nos consolamos pensando que no habrá que pagar mucho. Y el piso es grande, acogedor, más barato que el otro, y con un interesante olor a abuela contra el que estamos luchando con ventilaciones apuradas (cinco minutos de ventanas abiertas son suficientes para que la casa se ponga en cero grados) y velas aromatizadas. Respecto a la decoración, poco podemos hacer. Será un tema al que nos dedicaremos en el futuro.

De Vilnius y otras aventuras os hablo otro día, cuando vuelva a tener vida. Mientras tanto, resumen fotográfico de la llegada del invierno navideño (que, para el dato, que sé yo que os interesa y explica mucho mejor mi razonamiento y la realidad de Letonia: ambas palabras, navidad e invierno, son la misma aquí. Que veáis que no digo tonterías).

Máquinas quitanieves, o por qué en el norte hay más trabajo que en España.

El monumento de la Libertad, nevado.


Mercados



Señores tomando vino caliente







Catedral nevada, y un poco de miedo.

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De Lacplesis y más



Enfrente de la estatua de la Libertad
El 11 de noviembre se celebra en Riga el día de Lacplesis. Me van a perdonar mis fieles lectores la falta de información general sobre el día en sí, pero por lo que pude adivinar entre lo que vi y lo que medio saqué de alumnos, amigos letones y estudiosos del evento, en este día se recuerdan y honran los muertos en la guerra contra Rusia, por la independencia o por cualquier otra causa. Es decir, que rememoramos a todos los letones caídos en batalla, sea cual fuere.

Los actos empezaban el domingo por la mañana, y una que ya está mayor y necesita sus horas de sueño, aparte de estar poco interesada en desfiles militares y exhibición de fuerzas y poderes, se saltó la marcha de soldados y otros cuerpos del estado.

Por la tarde nos acercamos al centro a tomar el chocolate de rigor de los domingos, y ya se notaban cambios. Al llegar a la Estatua de la Libertad vimos mucha gente haciendo pasillo delante, cargados de antorchas y en riguroso silencio. Nos llaman los que han pasado por allí antes para decirnos que regalan banderas, y como somos españoles y es gratis buscamos, pero no nos tocó ninguna. Efectivamente, por las calles no hay nadie que no lleve su trocito de papel rojo y blanco, sea en la mano colgando de un palito o enganchado a la solapa.

Velas en todas partes
Después del chocolate nos encaminamos hacia la muralla del río, donde se desarrolla el evento en sí. Y allí está toda Riga, toda. Con sus banderas, sus ropas rojas y blancas, sus velas (dos o tres por persona), la tele, antorchas, niños, mayores… no falta nadie. A lo largo de todo el muro colocan, sin ningún tipo de orden, todas las velas que han traído y cantan canciones bonitas, otros el himno, los de la tele hacen entrevistas.

Y es emocionante. No tanto como en Inglaterra, que recuerdo haberlo vivido muy consciente del momento y de lo que significaba, pero sí me lleva a esas mismas conclusiones, porque España no celebra, no recuerda, no honra u homenajea a sus caídos. Porque había dos bandos, sí, y todos hemos oído historias de familias que perdieron padres, tíos, hermanos o abuelos, fueran de un bando o del otro… sigo sin entender por qué no es tiempo ya de recordar que todos pueden descansar en paz y tener un bonito día emotivo para ellos, que pelearon porque tocaba y no se podía hacer otra cosa, un día para recordar que aquello fue malo y no debe volver a pasar…
Yo al lado de la muralla

También nos lleva todo esto a otras reflexiones sobre los nacionalismos y patriotismos, inexistentes a mi parecer en este país, teoría que muere aplastada bajo tanta bandera, aunque me quede la duda. Porque no entiendo del todo si puede ser malo querer a tu país cuando acaba de salir de la dominación soviética, darle un empujón para desarrollar la cultura, la lengua, la identidad… Y es que todo es malo en exceso, así que le doy vueltas y sigo investigando, aprendiendo de todo lo que tienen que decir las personas de las que me rodeo, creciendo entre lo que me aportan las ideas de la nueva cultura y las de los españoles tan diferentes que voy conociendo. Me dejo llevar y absorbo información.

Y como es domingo y llueve, pizza en el restaurante de moda, alimentar a los peces de los Erasmus y a casa. Esta semana traerá tanto estrés como emoción.

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De la primera nevada, el mercado y más

Desde mi ventana

Nevó. No es que nevara mucho, pero la emoción llegó a la ciudad, o al menos al sector extranjero, y lo de menos fue el frío. Mi compañera de piso, avisada por su móvil, estaba a las 5 de la mañana pegada a la ventana (y es que estos andaluces no sabían de qué se trataba, lo de los copitos cayendo del cielo) y cuando yo me desperté estaba mirándome a mí y a la ventana, a partes iguales, muerta de ganas de compartir lo que estaba pasando. Ya hicimos las primeras fotos, y decidimos qué modelito era el adecuado para lanzarnos a la calle y vivir de cerca lo que nos estaba pasando.



El frío helado en la cara, el abrigo mojado, el gorro, los guantes, la bufanda rodeándonos enteras, no importa nada. Bajamos al centro comercial más cercano, buscando el abrigo que me iba a salvar del invierno, porque si no una no sobrevive a estas temperaturas, con un poco de pena porque sólo sonreímos nosotras, a nadie más parece interesarle el nuevo evento.

Mucha emoción
Y me compré un abrigo más grande que yo, muy calentito. Preparados para salir, y pisar la nieve, y hacer mil fotos, y ver el efecto del sol en las calles blancas, y hacer amigos nuevos, y disfrutar como si jamás hubiéramos visto el manto blanco antes.

Cosas de la nieve


Aquel día hice algo que, como la mayoría de las cosas, los Erasmus aseguran que es obligatorio hacer y yo, como la mayoría de las cosas, no había hecho hasta ese momento: ir al mercado. Para empezar, no sabría decir dónde está. Siempre llego, si voy sola gracias al bus, si voy con gente gracias a la gente, pero no sé decir dónde está. La ciudad es perfectamente sencilla, es imposible perderte en ella, pero el mercado se sitúa en una dimensión paralela a la que sólo puedes acceder después de pasar varios túneles, subir y bajar ciertas escaleras, atravesar algunos edificios o perderte por subterráneos. Es imposible decir dónde está, nadie lo sabe con certeza y yo no podría llegar fácilmente.

El mercado (pero con nieve)
Una vez allí, la acumulación de gente friki es mayor que la que tienen las estaciones de autobuses españolas. Es normal, porque el precio de las cosas es bastante inferior que en el resto de lugares de Riga, así que el (enorme) recinto está lleno de gente loca, o gente que no puede permitirse comer como le gustaría, o Erasmus. Y no deja de darle un aire de autenticidad, eso.

En el mercado puedes encontrar de todo. De todo. La mayor parte de lo que consigues no tiene una procedencia concreta y se puede fácilmente suponer su ilegalidad, pero… sí, es barato y no hay nada que no puedas encontrar. Nada. Así que comimos por menos de un lat cada uno, tomamos un postre a base de rosquillas nada light muy rico, y compramos galletas para todo el mes. Después lo visitamos cada viernes, se ha convertido en tradición, y ya nos hemos renovado el armario, puesto bien gordos, comprado botas y zapatillas y encontrado la mejor fruta y verdura de la ciudad. Así que es una visita obligada, porque reúne lo más auténtico de Letonia y es toda una aventura recorrer sus puestos al aire o sus pabellones cerrados intentando encontrar algo concreto, o simplemente observando el panorama.

Y, entre viernes y viernes, la vida sigue. Renunciando ya a ciertos planes por vencimiento por cansancio (en algunos casos por enfermedad, pero nada grave), integrándome poco a poco en la vida Erasmus, sin dejar de conocer el resto de vida. Hablando con los alumnos y descubriendo cosas que me hacen retroceder en el tiempo, porque aquí todo es natural, aquí no ha llegado la modernidad, y siguen recogiendo sus manzanas y haciendo su mermelada casera, a lo que dedican todo el fin de semana, y luego se la cambian a los que tienen sus abejas y hacen su miel, o a los que hacen su propia cerveza, y hay un submercado natural, como en la época medieval, que no pasa por impuestos ni bancos, que consiste en la bondad de tu vecino, en el placer de poder tomar algo con el de al lado mientras relatáis cómo habéis conseguido que este año el queso tenga más o menos textura.

Y también aprendo, o me dejo decir, que la nieve es buena porque protege a las plantas del frío. Dicen que en ella pueden vivir insectos, así que puedo dejar de decir que aquí no hay bichos. Me intentan vender que cuanta más nieve menos frío hará, que es peor ahora que no tenemos casi. Me dicen que cuanto más frío haga, mejor estaremos, que lo peor son estos 5 grados que hacen que los virus no mueran y todos estemos enfermos. Y yo escucho e intento aprender, pero no entiendo muy bien sus razonamientos y a veces me parece que repiten teorías de abuela sabia, de esas que jamás se han basado en la ciencia pero que, por qué no, pueden ser más lógicas que estudios largos y pesados.

Después de los colores del otoño, los árboles se han quedado secos y empieza a hacerse de noche a las 4 de la tarde. Y eso, ahora sí, a veces da lugar a cierta depresión, pero la combato con compañía, con mil planes y con un extraño y nuevo concepto del tiempo, porque ya van dos meses y medio y han pasado volando. Y ya espero la primera visita. Y luego la segunda. Y a este paso, en breves nos plantamos en Navidad, y el verano está a la vuelta de la esquina. La depresión siempre se pasó con optimismo.

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De cómo acabó el otoño y más


Para mantener la atención de los seguidores y no perder el contacto, y hacer tiempo hasta tenerlo, para poder luego escribir con calma las cosas increíbles y novedosas que están pasando en esta ciudad (que se podrían resumir en la palabra “nieve”, pero que yo no soy tan escueta, y lo sabéis), he decidido subir un bonito reportaje fotográfico de lo que hago los fines de semana, es decir, cuando tengo vida libre, y me doy a la naturaleza, al campo y al deporte. Es muy posible que cuando me volváis a ver no quede nada de la Anaí que os dejó hace dos años, porque el espíritu se lo cambió la India, y el ánimo Letonia.

Mientras tanto, desarrollo mi independencia y lo celebro bajo árboles, y reafirmo mis ganas de socializar haciendo nuevos amigos, sean de la edad, situación o nacionalidad que sean. Si es que ser independiente y socializar pueden ser compatibles, que digo yo que sí.

Senderismo y ciclismo en plena naturaleza, en los últimos días de sol del otoño. Lo próximo… vendrá revestido de invierno.

Los últimos rayos de sol... en Kemeri, el parque natural.



No, no sé por qué hay iglesias en los bosques.












Y en la playa, claro.



Que estaba congelada, por muy valiente que me veáis.

En Jurmala.


Malditas tortugas...


Y los viajes en tren.

Y la Riga nocturna.


 Después, a biciclear a Sigulda.


















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